EL GATO  EN LA CULTURA GRIEGA

El gato llegó a Grecia como parte de un robo a Egipto; según la leyenda, los egipcios rechazaban las peticiones apremiantes de los griegos para comerciar con los gatos, a los que veneraban como a dioses. Los griegos decidieron entonces robar los gatos. Cogieron al menos seis parejas y las llevaron a Grecia. Algunos meses después nacieron las primeras camadas, y algunos años después, los criadores pudieron vender gatos a los Romanos, a los Galos y a los celtas.

La especie se extendió poco a poco por todos los países mediterráneos. En Grecia, antes de la llegada del gato, la garduña, la comadreja y la mofeta se ocupaban de desratizar y proteger las cosechas. La acogida del gato fue más bien moderada. Aunque no los adoraban como los egipcios, los griegos adoptaron al animal, reconociendo su don como cazador, pero reconociendo también que era más agradable para la convivencia, ya que era más bonito, refinado, dócil y limpio que las mofetas y las garduñas. El gato se usaba a veces como animal de compañía, aunque los griegos preferían al perro. El gato era en principio un juguete, un regalo caro traído de Egipto para ofrecerlo a las cortesanas. A pesar de la acogida más bien tibia que el gato tuvo por parte de los griegos, éste consiguió que lo aceptaran y que poco a poco lo apreciaran. En las fábulas de Esopo no aparece el gato, sino la comadreja. Se le concedieron propiedades en el cuidado de los campos, ya que mantenía alejadas a las alimañas y roedores que amenazaban los cultivos. Se creía también que esparciendo sus cenizas en las siembras se alejaban a los malos espíritus. Con el tiempo fue considerado como animal de compañía, aunque nunca superó al perro en este sentido, pero su estética, limpieza y su carácter dócil fueron catalogados como un juguete caro que se ofrecía a las doncellas.

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